La escritura, la historia y San Jerónimo

Antes de que hubiera registros escritos que dieran testimonio de lo que se vivía, el registro oral, la memoria y las pinturas rupestres eran las únicas herramientas que tenían los humanos para conocer sucesos ajenos a sus propias vidas. Algunos historiadores afirman que las pinturas rupestres fueron el antecedente de la escritura. De ser así, las pinturas evolucionaron y la palabra se inmortalizó cuando los sumerios comenzaron a escribir. Este suceso marcó el nacimiento de la edad antigua y el origen de la historia. Fue la necesidad del ser humano para transmitir el conocimiento lo que lo llevó a desarrollar un sistema de representación gráfica.

De esta manera, la escritura y la historia han estado de la mano y no se le ve un final a tan maravillosa conjunción. Son los historiadores los que han plasmado el camino del humano a través del tiempo. Sin embargo, los traductores han sido los bastones de apoyo de la sociedad, ya que sin ellos el conocimiento se quedaría en su zona de origen y el mundo se perdería de la cosmovisión, los descubrimientos y los avances tecnológicos que se han tenido a lo largo de la historia mundial. Uno de los grandes pilares de la historia de la traducción es San Jerónimo, quien tradujo de forma completa y oficial las Sagradas Escrituras del griego y el hebreo al latín.

Eusebio Hierónimo, San Jerónimo como hoy lo conocemos, provenía de una familia acomodada. Tuvo una rica y amplia educación: durante su adolescencia estudió en Roma, donde fue discípulo de Donato, un célebre gramático; la influencia de su maestro lo hizo apasionarse por la cultura clásica. En los años posteriores a su adolescencia, hizo numerosos viajes por Europa, donde admiraba la vida monástica. Sin embargo, al viajar a Oriente tuvo una crisis espiritual que lo alejó de la literatura pagana y lo llevó a vivir al desierto de Calcis. Allí aprendió griego y hebreo al mismo tiempo que se dedicó al estudio del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Dos años después de vivir en el desierto, fue ordenado presbítero en Antioquía y regresó a Roma para ser secretario del papa Dámaso I. Desde ese momento, comenzó a trabajar en la traducción de la Biblia del hebreo y griego al latín. Con esto, San Jerónimo logró llevar la religión a la lengua más hablada de ese momento. Su versión traducida es conocida como la Vulgata, nombre que se refiere a que fue editada para el vulgo, es decir para toda la población. Durante más de un milenio, su obra se mantuvo vigente. Fue hasta 1979 que se editó una Nova Vulgata, que es en la actualidad el texto bíblico oficial de la iglesia católica.

Además de su gran aportación a la religión, San Jerónimo se considera un pilar en la historia de la traducción, ya que él sostenía que se debía respetar el texto origen sin copiarlo palabra por palabra. Asimismo, defendía la formación humanística del traductor, ya que no solo lo consideraba traductor, sino también autor. De igual manera, estaba consciente de la necesidad de conocer la cultura de la lengua meta y no solo la lengua en sí, y mencionó en sus escritos los problemas de traducción, los cuales trataba de solucionar en su práctica.

San Jerónimo, sin duda, representa un puente entre culturas y siempre será recordado como parte fundamental de la historia de Occidente.

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